viernes, 1 de abril de 2011

Aquellos dedos azules... Parte II

Luego de pulular por la enorme metrópoli sintiéndome como el ranchero de la película, un viernes de febrero de 1978 decidí ir a Televisa, pero no a buscar chamba, sino a saludar a mi amigo y paisano Cepillín.

Después de todo, pocos meses antes, en un rápido viaje de exploración a la capital, Ricardo (ya convertido en titular del Canal de las Estrellas) me había dicho: "Vente pa'cá Poncho. Nosotros aquí la hacemos. Aquí todos son regüevones... Todos llegan a sus oficinas ¡a las once!"...

Y cuando semanas después, la cosa apretó allá en Monterrey porque la cooperativa de CRÓNICA 7 no avanzaba, y la tele y la radio estaban más muertas que nunca, fue cuando me decidí. Así empaqué mis tres camisas, mis dos libros, mi otro pantalón, y ¡vámonos a México!

Pero aquel viernes de marras, cuando pregunté en la recepción de Chapultepec 18 por mi amigo, recibí una respuesta inesperada: ¡Cepillín anda de gira!... Contrariado, pues era cerca del mediodía y no tenía otra cosa qué hacer (ni lana para hacerlo), salí a caminar por esa banqueta de la avenida Chapultepec que siete años y siete meses después veríamos cubierta de escombros. ¡Y cuál no sería mi sorpresa al encontrarme nada menos que a Félix Cortés Camarillo!

Lo abordé de inmediato y le recordé que nos habiamos conocido en un simposio sobre Comunicación auspiciado por la Universidad de Monterrey. Le regalé unos ejemplares de nuestra revista y directamente aproveché para pedirle chamba. Textualmente me respondió -y no se me olvida-: "Estamos muy apretados, pero hablas inglés, ¿verdad?"
- Si.
- Pues ven a mi oficina el lunes a las diez de la mañana.

Como sería de esperar, ese fin de semana se me hizo más largo que de costumbre. Pero todo plazo se cumple finalmente, como sabemos, y el lunes me presenté con camisa limpia y el otro pantalón, en la oficina del Asesor en Información de la Presidencia de Televisa puntualmente a las diez. Cortés llegó a las once.

Me hizo algunas preguntas generales y de inmediato me pidió que escribiera algo en la máquina eléctrica de Irma, su secretaria. En mi vida había yo manejado una máquina de escribir tan sofisticada. A mucha honra lo digo: yo alcancé el tiempo heroico de "la vieja Remington" (que no es un revólver) y las modernas "Olympia". Modernas por diseño, pues tambien eran mecánicas y trabajaban a fuerza de dedo. Y bueno, pues ahí me tienen buscando cómo se encendía la IBM ejecutiva en la que yo tenía que demostrar que sabía escribir. Por fin logré cuadrar el papel, ¿y ahora, qué escribo?

Para mi fortuna iba yo muy descansadito y se me prendió el foco. Escribí en altas "BREVE HISTORIA DEL PERIODISMO", y como subtítulo: "Apuntes al vuelo en máquina eléctrica...". Cuando llevaba unos tres o cuatro párrafos, y ya habia dejado atrás tablillas de barro y cantares de gesta y a los mester de juglaría y clerecía, y comenzaba a abordar los primeras etapas del periodismo moderno, Cortés Camarillo me llamó al interior de su pequeña oficina en donde dos imágenes llamaron fuertemente mi atención. Primero, un gran cartel en el que un chimpancé sonriente golpeaba el teclado de una máquina de escribir. Me sentí aludido, pero la ironía de la imagen me resultó más cómica cuando interpreté la leyenda que adornaba el "poster": Give enough monkeys enough typewriters and you'll find a Shakespeare sooner or later.

La otra imagen era una foto en la pared en la que el "Tigre" Azcárraga, grandote y sonriente, abrazaba o más bien envolvía a Félix y le dedicaba su firma rubricada con un clarísimo: "Tu patrón".

Después de leer muy rápidamente mi modesto pergeño, Cortés me dijo: "Parece que tienes posibilidades. Así que recuerda algo muy importante. Aquí lo único que no se puede, es decir no se puede". Dicho esto me ordenó seguirlo. Subimos a la especie de tapanco en el mezzanine de Niños Héroes 27 donde estaba la Jefatura de Información y me presentó con Raúl Hernández, a quien le dijo lacónicamente: "Vamos a probar a este muchacho. Parece que no es bruto", y se retiró sin más.

En ese instante sentí la mirada penetrante, de quien iba a ser mi jefe directo por más de un año. Muy lejos estaba de imaginar los claroscuros extremos que me aguardaban en el futuro inmediato. Pero cuando se es joven uno actúa como si el futuro nunca fuera a llegar...
Fin de la segunda parte
INFORMA EN 24 HORAS, ALFONSO TEJA

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