martes, 19 de abril de 2011

Del trapo y la lentejuela: milagros y pecados de la economía china



Cada vez más, cuando alguien se dispone a ensalzar las maravillas de la economía china y de su incesante crecimiento, no puedo quitarme de la cabeza aquella canción de Silvio Rodríguez donde hablaba de “las lucecitas montadas para escena” y del “júbilo hervido con trapo y lentejuela”. Lo siento pero no puedo evitar pensar en las múltiples maneras que tiene el ser humano para “hacerse de la vista gorda” y regodearse en la forma para evitar asomarse al fondo.
China es hoy el gigante que amenaza con quitarle la supremacía mundial a las grandes potencias. Es la GRAN ECONOMÍA capaz de desestabilizar las economías de todos los países del mundo. El enorme país que se ha convertido en el primer exportador mundial y en el principal consumidor del planeta. Con una población de mil 350 millones de personas, su PIB (producto interno bruto) se duplica cada ocho años: tan sólo en 2008, rebasó el 11%. Ya es la segunda economía del planeta, aventajando a la poderosa Alemania; en 2015, sobrepasará a Japón y deberá superar a Estados Unidos en 2050. Cuenta con los rascacielos, los estadios, las instalaciones deportivas y los aeropuertos más espectaculares del mundo. Así quedó claro durante los pasados Juegos Olímpicos de Beijing (2008).
Hace algunos años, cuando se comenzó a hablar del “milagro chino”, José Gutiérrez Vivó exclamaba en su programa de radio y con la boca llena de saliva: “ojalá los mexicanos nos pareciéramos a los chinos y trabajáramos con tanto empeño como ellos. ¡Qué aeropuertos, señores! ¡Qué rascacielos y qué autopistas! Ojalá fuéramos como los chinos”. Palabras más, palabras menos, eso anhelaba nuestro destacado comentarista. Yo, desde luego, no quiero parecerme a los chinos.

China es el país con el mayor récord de ejecutados a muerte en el mundo con más de 7 mil ejecuciones capitales al año, o sea el 80% de todas las penas de muerte aplicadas en el planeta; ha batido todas las marcas en el número de periodistas encarcelados por ejercer su oficio y de presos políticos por pensar contrario al régimen, y las violaciones a los derechos humanos son innumerables y bien conocidas por todos. Para poder construir todos los estadios e instalaciones deportivas que tanto nos sorprendieron durante los JO, el gobierno chino expropió, primero, a base de amenazas y desalojos, a los propietarios pobres de los terrenos que servirían para levantar el circuito deportivo. Les pagó cualquier cosa. Luego, explotó a miles de trabajadores que, una vez terminada la “espectacular” obra, fueron echados por la policía para demoler las barracas que los habían albergado durante siete años. Yang Chunlin, un ciberdisidente de la ciudad china de Jiamusi, fue enviado a un campo de trabajos forzados a principios de este año por recoger firmas en contra de la celebración de los Juegos Olímpicos. Yang Chunlin fue el creador de la campaña “Queremos los derechos humanos, no los JO”.

Entre sus aliados, China cuenta con el apoyo y la colaboración de países como Birmania, Sudán y Corea del Norte. La masacre de los monjes desarmados perpetuada en 2007 en Rangún (antigua capital de Birmania), fue vista por Pekín como “un asunto interno” que, sin embargo, fue resuelto con armas chinas. De acuerdo con el destacado periodista Ignacio Ramonet de Le Monde Diplomatique:
“China ya posee unos 250.000 millonarios en dólares. Pero las políticas liberales del sistema también han aumentado las desigualdades entre ricos y pobres, entre ganadores y perdedores. Unos 700 millones de chinos -47% de la población- viven con menos de dos euros diarios, y, de ellos, unos 300 millones con menos de un euro diario. Porque el "milagro" está basado en la represión y la explotación de una inmensa hueste de trabajadores (los que fabrican para el mundo entero toda clase de bienes de consumo baratos). A veces trabajan entre sesenta y setenta horas semanales por sueldos inferiores al salario mínimo. Más de 15.000 obreros mueren cada año en accidentes laborales. Los conflictos sociales están aumentando anualmente un 30%: huelgas salvajes, revueltas de pequeños campesinos, además de escándalos de los niños esclavos. El actual contexto es propicio al descontento. Pues en China, como en muchos países, el incremento de los precios de los alimentos y de la energía (el 19 de junio el gobierno aumentó el precio de los carburantes un 18%) se traduce en una subida de la inflación -que ya alcanzaba el 7,7% en mayo- y una consiguiente degradación del nivel de vida”.

Las autoridades, dice Ramonet, temen la amenaza de una inflación que desestabilice la economía popular a niveles tales que provoquen manifestaciones de cientos de miles –sino es que hasta de millones de personas, semejantes a las que el ejército chino aplastó en la plaza Tiananmen en junio de 1989. Encima, está el peligro de una catástrofe ecológica que cada día preocupa más a los ciudadanos no sólo de China, sino del mundo entero. El propio ministro del Medio Ambiente chino, Pan Yue, admitió al periódico alemán Der Spiegel: "Cinco de las ciudades más contaminadas del planeta se hallan en China; las lluvias ácidas caen sobre un tercio de nuestro territorio; la mitad de las aguas de nuestros siete principales ríos son inutilizables; un tercio de nuestra población respira un aire muy contaminado. En Beijing, entre el 70% y el 80% de los cánceres tienen por causa el medio ambiente degradado".

Pasemos del júbilo hervido; no nos quedemos en la forma soslayando el fondo y contribuyamos a crear una conciencia más crítica.
Informa en 24 Horas, Laura Martínez Alarcón.

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