martes, 29 de marzo de 2011
Vale tanto para la guerra antinarco como para Libia
La cultura del miedo
La manipulación de las emociones más básica es, sin duda alguna, una de las grandes herramientas de la propaganda política y religiosa. Infundir miedo a través de la comunicación de masas ha demostrado ser una estrategia eficaz. Lo vemos todos los días en la prensa y la televisión; en Internet y la radio. La idea es atemorizarnos.
Lo demuestran los criminales en México con sus narcomantas, sus víctimas descabezadas, sus intimidaciones y amenazas. Lo podemos comprobar en los discursos de los políticos, como en su tiempo lo hizo Bush, capaces de movilizar a toda una nación y a muchos países del mundo “civilizado” para meterse en una guerra absurda como la de Irak. Se manifiesta en lo que declaran casi a diario los líderes religiosos de todas las creencias; en España, no hace mucho, el presidente de la Conferencia Episcopal Española relacionaba laicismo con nazismo. Pero la vida sigue, “la nave va”, con o sin ellos.
Ante el temor, ese estado de ánimo caracterizado por la aprehensión o la angustia, como lo ha definido el historiador mexicano Lorenzo Meyer, y provocado por la anticipación de un dolor o de una situación desagradable o peligrosa, ¿qué podemos hacer? El miedo varía, nos dice Meyer, entre la mera ansiedad y el terror. ¿Podemos seguir viviendo sin sentir miedo? Estas son preguntas para las que habrá que encontrar respuestas. Lo que si resulta claro es que nadie quiere una solución autoritaria.
Ryszard Kapuscinski decía que de la misma manera como se puede hablar de un mundo de nuevas desigualdades, también puede hablarse de un mundo de nuevas amenazas. “Entre una cosa y otra, el hombre contemporáneo se siente amenazado, tanto más cuanto ve multiplicarse a su alrededor grupos violentos de todo tipo, como los cárteles o las mafias”. En México la gente vive con miedo. No es sólo por la violencia diaria que ejercen las agrupaciones criminales y que amenaza a todos los rincones del país. Siente miedo también de quienes, se supone, están para defender al pueblo. Las constantes violaciones a los derechos humanos; la inmunidad de las corporaciones policíacas y militares y la impunidad con la que actúan; la impotencia de quienes denuncian y ven que, a pesar de la atención mediática que merece su caso, no pasa nada; el temor a las represalias y las amenazas; los cadáveres decapitados y mutilados. En México, hay miedo y mucho.
Aprovechar el miedo de muchos ciudadanos para legitimar el uso y la creación de nuevas fuerzas armadas, siempre despierta resquemores entre la población. Si a esto agregamos que los problemas están lejos de resolverse y que los capos del narcotráfico siguen desplegando cínicamente su poderío, tenemos un elemento más para dudar de la eficacia de la estrategia o la falta de una por parte de las autoridades.
Nadie pone en tela de juicio la necesidad de hacer algo porque la sociedad mexicana está harta de tanta violencia. Sin embargo, también genera ruido y confusión permitir que el Ejército mexicano amplíe sus funciones y vaya más allá del combate al crimen organizado, hostilizando a los grupos sociales más vulnerables abusando de su poder o desplegando una serie de operaciones que más se asemejan a una abierta guerra sucia contra defensores de los derechos humanos o líderes sociales que llevan años reclamando equidad y justicia. Todo esto, la verdad, sí que da miedo.
Informa en 24 Horas, Laura Martínez Alarcón
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