La televisión regia está de luto. La frase se repite ahora que don Mario Quintanilla García y don Lázaro Salazar Noyola se han despedido de este mundo con pocas horas de diferencia.
Hubo entre ellos, eso sí, una diferencia mayor: el primero era el patrón y el segundo, el asalariado. Ambos representaron -muy dignamente cada uno- el papel que les correspondió en la escena del entretenimiento (léase televisión) local durante su mejor época, su “época de oro”, para cumplir con el lugar común, la frase hecha, el cliché inexorable. Pero es verdad.
Hay luto en la TV regia; mas no es a partir de este fin de semana que nuestra pantalla chica se viste de negro tras la partida de Mario Quintanilla y Lázaro Salazar. El luto, en realidad lleva aquí varios lustros. Tantos como tiene de muerta nuestra antes querida -y respetada- televisión regiomontana.
El imperio Televisa nació, creció, y se fecundó varias veces, en el solar regio. Para nadie debe ser desconocido que el goliath televisivo primero fue un gigante radiofónico. Sin esa majestuosa catedral, cuya torre más reconocida fue la XEW, no habríamos visto suceder el milagro del video en la misma forma que lo conocimos. La catedral tuvo otras torres… y la primera fue la de Constantino de Tárnava.
La primera señal de radio en español, formalizada en el concepto de un programa con artistas invitados, con maestro de ceremonias a guisa de conductor y un público dividido entre el “estudio” y el “aire” lo transmitió de Tárnava, aquí en Monterrey, la noche del 9 de octubre de 1921. (En la entidad sólo había dos aparatos radiorreceptores, y la sala de la casa familiar en padre Mier y Guerrero, sirvió de “estudio”.)
Tiene especial significado que, durante el creciente pero paulatino éxito de su estación, conocida primero como CYL y luego como XEH, el ingeniero de Tárnava haya sido socio de Emilio Azcárraga Vidaurreta. Es la etapa de la introducción de la radiodifusión en nuestro país; no menos lo tiene que, años después, Mario Quintanilla le haya comprado su estación al veterano inventor/productor/artista.
Respetando proporciones y particularidades, ocurrió igual cuando en los primeros años de la televisión mexicana, se unieron los canales 4 (XHDF) de los O’Farrill, 5 (XHGC) del inventor Guillermo González Camarena y 2 (XEW) de los Azcárraga, en la empresa Telesistema Mexicano, S.A.; a la que luego se le uniría en 1972 Televisión Independiente de México -que también se había gestado en nuestra Sultana del Norte-, vale insistir, para hacer surgir al emporio TELEVISA.
Para el fundador original del imperio, Emilio Azcárraga Vidaurreta, siempre fue un misterio porqué en Monterrey, su producto favorito –el Canal de las Estrellas, XEW-TV canal 2- nunca pudo romper las barreras del rating frente a su “canal hermano”: XEFB-TV canal 3 (hoy canal 2 o canal 34, que parece que de lo que se trata es de romperle la identidad o al menos desaparecerlo de las listas, cosa que ya casi logran).
Para todos los que pasamos por ahí en alguna época de trabajo profesional, siempre fue algo muy normal posicionarnos por arriba de las telenovelas, las series humorísticas y los programas de entretenimiento que llegaban desde México y pasaban por el canal 10 (el retransmisor local del 2 capitalino) y más fácilmente arriba de lo de canal 5 (que desde siempre pasa por el 6 local). Para el Tigre Azcárraga Milmo el asunto era verdaderamente irritante y es bien sabido que, a diferencia de su padre, nunca hizo buenas migas con don Mario.
Así, para no alargar innecesariamente estas líneas, adelanto una conclusión evidente: en Monterrey durante cinco o seis décadas se hizo muy buena radio y muy buena televisión. Y si bien Mario Quintanilla no fue el único artífice de toda esa historia, sin duda fue uno de sus protagonistas más importantes, sino el que más, sobre todo en lo que se refiere a la televisión.
Finalmente, en este escenario, aparece hacia inicios de la década de los setentas un aprendiz de reportero y comunicador quien por su modestia y sencillez encuentra lo mismo amigos que enemigos.
Amigos fuimos todos los que, como él, buscábamos en el nuevo medio la forma, las posibilidades, de subirnos al vehículo de la comunicación moderna y aprovechar las extensiones de ojos y oídos que la tecnología nos brindaba, para acercar al público a la realidad de un mundo palpitante.
Pero en esos engañosos pasillos que se extienden a lo largo y ancho de los pisos primero y segundo del edificio en la esquina de José Marroquín y Albino Espinosa, ya desde hace tiempo se ha instalado una forma clasista de reconocer al cliente (el anunciante, al que se debe complacer); al televidente (el pueblo, al que hay que seducir), y al trabajador (los que como todos los asalariados -especialmente los que quieren ser famosos- tienen que aprender a callarse y soportar las condiciones unilaterales que imponen los dueños de los bienes de capital y de producción). A lo largo de su carrera Lázaro Salazar Noyola tuvo que superar una creciente oposición a sus esfuerzos para remontar el río arriba con su carga vital.
Y en el grave silencio presente es deber decirlo: a la capilla ardiente instalada a menos de cinco cuadras de distancia, no llegó ni una sola flor a nombre de la televisora, tan querida por el reportero. Esa televisora a la que, como profética señal, el cronista de límpidos ideales dedicó sus últimas palabras públicas mediante una llamada telefónica en un programa dedicado precisamente a la memoria de don Mario Quintanilla. Así fue hasta el final Lázaro Salazar: el amigo siempre noble y siempre muy agradecido.
Así son las cosas ahora. Pero así no eran antes. Y por eso don Mario, que ya era don Mario, le ayudó en aquel entonces a Lázaro para que llegara a convertirse en don Lázaro. No fue a base de dinero, de canonjías o de privilegios. Fue sólo a partir de espacios para trabajar. Trabajar el periodismo con dignidad, con limpieza, con sencillez, pero siempre en forma vertical y muy honesta.
Pero esa dignidad vertical se acabó hace muchos años, y murió la palabra honesta. A partir de entonces, la televisión regiomontana vive en luto. Lo que sucedió este fin de semana, es que, acongojados, enterramos los restos mortales de dos grandes de nuestra radio y nuestra televisión.
Y no tenemos como suplirlos. Algo que duele, y mucho…
…pero el luto por nuestra TV, ya lo vestíamos desde antes.
Informa en 24 Horas, Alfonso Teja Cunningham
Me he quedado con la boca abierta y el corazón hérido, lastimado.
ResponderEliminarGracias, Alfonso Teja Cunningham.